LAS INCESANTES OLAS
Qué ajeno tu indolente
cuerpo desnudo,
mecido por las olas,
a los desorbitados ojos
de Ino y Melicertes.
Qué ajena tu ablución vespertina
a los aterrados alaridos
de los niños sacrificados en Tenedos.
Las incesantes olas
ocultan en su ritmo obsesivo
los devaneos de los dioses y sus mitos.
Y mientras tanto yo
desde la orilla observo
tu cuerpo ingrávido y sereno
bebiendo en una copa
la sangre derramada.
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